sábado, 2 de julio de 2011

Encuentro con Ginés Liébana

Un día antes del fatal día para Córdoba y sus opciones sobre la Capitalidad Cultural de 2016…


…Pasaban unos minutos sobre las siete de la tarde y con una ola de calor sobre la capital de España, nos disponíamos a subir una 3ª planta (eso si, con ascensor), para hacer entrega de una carpeta de grandes dimensiones. Sentado en la puerta del portal, un señor con aspecto de ser el portero de la finca tomaba el “aire”.

A la entrada al portal de este edificio ubicado en un barrio muy céntrico  de Madrid, rápidamente apreciamos que estábamos en el destino correcto. Sobre las paredes había detalles de la persona a la que buscábamos en la 3ª planta Puerta A. Al llamar al timbre y tras unos segundos, aparece un señor aparentemente joven. Mi mirada se dirige hacia el interior de la vivienda, como intentando identificar a nuestro hombre.

-Hola, ¿Don Ginés Liébana por favor? Reaccioné a preguntar

-Aquí no es. Tienen que coger el ascensor que hay justo al otro lado de las escaleras. –Nos explico el caballero muy amablemente e imaginamos que no seria la primera vez que preguntaban por él en su casa.

Demasiado bien habíamos llegado como para atinar a la primera en la ciudad de las oportunidades. Bajamos por la caja mecánica y efectivamente, justo al otro lado de las escaleras había otro ascensor en cuya puerta había una inscripción que indicaba: “A”. Perfecto, pero ese detalle nadie nos lo había comunicado. Sin que nos diera tiempo de abrir la puerta para subir, aparece el señor con pinta de portero, que en esta ocasión si nos pregunta que a donde nos dirigíamos. Nos da explicaciones de que no nos había dicho nada a la entrada porque nosotros no habíamos preguntado y el daba por hecho que sabia a donde íbamos.

Ya en el ascensor llegamos a la 3ª planta y ahora estábamos seguros de que era allí. Aunque nos indicaron en la dirección que era en la puerta A, solo existía esta en la planta. Pero independientemente de este detalle, justo al salir del ascensor, ya parecía que estábamos dentro de la casa del artista. Con la entradilla del portal adecuado a su estilo, le daba un toque personal a aquel recibidor. Ya se respiraba de forma diferente.

Llamamos a la puerta usando el timbre que se encontraba a nuestra izquierda. No se oía ningún ruido y le comuniqué a mi compañero Antonio que quizá debíamos de haber llamado antes, para confirmar que llegaríamos a la hora prevista. Cuando termino de comentar a Antonio se escuchan unos pasos cortos pero como con prisa y de repente una voz de detrás de la puerta nos hablaba

- ¿Quien es? – Nos respondió una voz claramente anciana.

- Buenas tardes, venimos de Córdoba para entregarle un paquete.

- Es verdad, no me acordaba, pero es que me pillan en la ducha y ahora mismo no les puedo abrir. - Nos decía con la voz agitada por el apuro, aunque pronto continuaba. – Bueno, lo que puedo hacer es que os abro la puerta mientras yo termino.

- No se preocupe usted que nosotros esperamos aquí fuera a que este listo. No llevamos ningún tipo de prisa, de verdad, no se preocupe

Antes de acabar mi frase se escucha que abre la puerta y la deja un poco encajada. Dentro de la vivienda no se ve nada por lo extremadamente oscura que se encuentra y de buenas a primeras, como si de una película de terror se tratase, se ve cruzar una sombra que salía de detrás de la puerta hacia dentro de las dependencias en pasos cortos pero como con prisa. Era la sombra de Ginés Liébana que se disponía a terminar de vestir para poder atendernos.

Antonio y yo nos mirábamos sin saber como reaccionar o que hacer, cuando se vuelven a escuchar las voces lejanas de este señor invitándonos a entrar en su casa mientras nos indica que cogiésemos acomodo. Al principio con un poco de vergüenza pero a continuación, y sin querer ser descortés, accedimos al interior de la vivienda. Aunque más que una casa al uso se parecía a un museo.

Una vivienda poco definida y sin saber hacia a donde entrar por no invadir ningún espacio que estuviera fuera de lugar, en la primera habitación que nos quedaba a la izquierda, en esta nos metimos. Imagino que entramos allí por la luz que había en este habitáculo y tiene su sentido. Al ser la última planta de la finca, como si de un ático se tratase, en el techo de esta habitación tenia un gran ventanal con cristales totalmente opacos por donde entraba tantísima luz. Luz que necesitaría para sus creaciones ya que nos habíamos metido en el lugar donde da rienda suelta a su  imaginación. Estábamos en el centro de operaciones de D. Ginés Liébana. Todo un lujo.

Antonio y yo totalmente callados, registramos el cuarto con la mirada. Queríamos verlo todo, cada detalle. Obras que conocíamos por catálogos estaban allí, decorando su estudio. El trofeo que se le concedió por cordobés del año, óleos de folklóricas, una bandurria usada para recrear una cara, etc.… Un atril en mitad de la habitación, un sillón especial y ergonómico para sentarse con comodidad y una mesa a la derecha del atril llena de pinceles, oleos y artilugios para exprimir bien los botes. Todo cuidadosamente desordenado. Se apreciaba que viva solo.

Tras muy pocos minutos, se volvían a escuchar aquellos cortos pasos pero como con prisa, y como niño que espera la aparición de su ídolo, escuchaba como se acercaba y la inquietud más me aumentaba, hasta que hizo su aparición, que para mi fue espectacular al igual que deseada. Sabia quien era por su obra pero no lo conocía personalmente. Estaba delante de un gran artista de aquellos que se estudian en los libros.

Llegó abrochándose los botones de la camisa blanca que llevaba puesta y con el pelo despeinado, que más aspecto de genio le daba, nos saludaba con voz muy baja y agitando nuestras manos. Nos enseño su casa disculpándose por el desorden, mientras nos dirigíamos aun lugar más fresco, según el. Una habitación con un antiguo ventilador de techo del que tiraba de su cuerda para que fuese a más velocidad. Nos pregunta que si estábamos frescos pero nada de eso me importaba. Yo quería hablar con el, preguntarle, y he de reconocer que cada vez que habría la boca era para soltar la sabiduría que te da la edad pero sobre todo si eres un artista.

En esta otra habitación también se respiraba el arte y la mesa nos indicaba que estábamos en otro lugar de creación. Donde nos encontrábamos tenia una mesa de estudio llena de lápices y bolígrafos donde recreaba a sus famosos “Ángeles” bañados con el agua que usa para difuminar la tinta. Encima de la mesa y como si no tuviera donde ponerlos, como si fuese una baraja de cartas mal ordenada, varios dibujos que va dejando por medio como el que deja la correspondencia recién cogida del buzón. Era una mesa con mucho valor, sin duda.

- ¿Aquí es donde usted se inspira? – Le pregunto Antonio

- Yo no creo en la inspiración, yo pinto cuando me da la gana. – Le respondió sin sin ningún tipo de complejo

- Par a vivir así he tenido que renunciar a muchas cosas, a mucho dinero, de hecho, hace mucho que no tengo coche. He aprendido a vivir sin la abundancia. Para conseguir lo que tengo ha sido a base de dejar a un lado los materialismos. Escribo cuando quiero y dibujo cuando me apetece. No acepto encargos porque no seria igual mi obra. – Antonio y yo solo escuchábamos.

Estuvimos charlando un buen rato, conversación que no es transcendental para esta historia y que me guardo para mí como si fuese mi propio tesoro. Al rato de estar allí, le  hago entrega de parte de su obra, que es lo que llevábamos para devolverle. Le entrego una diligencia para que la firme y dejar constancia que la ha recibido. No me canso de contemplar la firma que es como él, única y bien datada.

Cuando nos íbamos, lo hacia con pena. No sabía si tendría la posibilidad de saludar a otro artista de su talla, y longevidad. Nos despedimos y él mismo nos abrió el ascensor. Al llegar abajo, el portero seguía tomando el “aire” y también tuvimos oportunidad de compartir unas palabras con este extremeño, que con el paso del tiempo, nos reconoció que cada vez se le hacia más pesado vivir en Madrid.

A mi no me importaría vivir una temporada en la capital de España, pero prefiero recordarla y visitarla espontáneamente. No quiero que me pase como a nuestro portero extremeño.

Hasta aquí, una aventura, que me hace feliz cada vez que la recuerdo.

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